Mucha gente me pregunta ¿cómo? Entienden que están en una espiral destructiva. Sus comportamientos no se alinean con lo que anhelan. Evitan la responsabilidad de sus problemas. Se frustran al no sentirse comprendido/a, pero a la vez no permiten darse la oportunidad de conocerse y comprenderse a sí mismas. En ocasiones reconocen que eso les hace pensar que todo el mundo debería girar en torno a ellas, pero… ¡Joder! ¿Cómo coño lo hago? ¿Cómo demonios salgo de aquí?
El antropólogo y sociólogo David Le Breton argumenta que entre la persona que sufre y la que tiende la mano, como muestra de apoyo y ayuda, existe una condición de desigualdad [1]. Todos los seres humanos compartimos el miedo, pero parece inaccesible el poder llegar a experimentar el dolor y sufrimiento de otro. Mucho más si vemos como se lleva todo por delante. En estos casos, hasta el contacto físico de un fuerte abrazo no consigue aliviarlo.
Me he obsesionado por encontrar la «fórmula secreta» para salir de esa espiral destructiva, pero lo único que he encontrado es un sin fin de recomendaciones banales carentes de plausibilidad biológica. Mi desesperación me hizo preguntarme lo siguiente:
¿Y si todo se redujese a hacerlo o no hacerlo, y no hay un «cómo»?
En realidad, sé que es así de simple. Sólo que no es fácil. Sí, simple no es sinónimo de fácil. No es fácil porque llevas tiempo perdido/a. El hecho de estar bajo el juicio y la mirada de aquellos que conforman tu círculo social más cercano no lo pone nada fácil. El sufrimiento se mantiene visible para los demás, la persona es comprendida a coste de no saber cuánto tiempo más le será posible mantener su integridad y actitud. Tener que cumplir con los estándares y expectativas de los demás sobre lo que es tolerable y lo que no, es agotador.
Seguramente quieres salir de ahí, pero no sabes cómo. La persona con dolor se ve sometida a restricciones morales donde debe decidir si es necesario informar a los demás de sus problemas y sufrimiento, o no hacerlo demasiado para no dar una impresión de exageración [1].
Ni el dolor es «bueno». Ni el dolor es «malo». Tan sólo es nuestra incomodidad ante la incertidumbre la que le otorga tal «categoría moral». Sin un significado, sin un sentido, sobrellevarlo se hace mucho más angustiante y duradero.
¿El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional? ¡Y una mierda! El sufrimiento no es opcional. El dolor implica algún tipo de sufrimiento, pero «dolor ≠ sufrimiento». Cuando nuestra identidad se ve atentada y amenazada por el augurio de lo peor puede parecerse al infierno. Nadie puede soportar mucho tiempo allí mientras aprende lo que aún le falta por aprender. Cuando el dolor es inaguantable, nuestros presagios más trágicos se hacen realidad abrazando al sufrimiento. Éste variará según el significado del dolor que tenga cada persona; así como de las habilidades y estrategias que disponga para ejercer control sobre él.
Lo cierto es que no hay forma de aislar la enorme realidad que nos rodea y conseguir que todo sea seguro y previsible. El infierno que se experimenta es equiparable a la incomprensión de lo sucedido. Muchas veces, nada justifica el caos vivido. En la concepción del mundo que tienen los demás, todo parece estar en orden [2].
El «si quieres puedes» no hace ningún bien a aquellas personas que están pasando por un proceso de incertidumbre acompañado de la persistencia del dolor. Los cambios neurofisiológicos subyacentes justifican su desgana y apatía. Es por ello que seguramente no seas tan vago/a como crees o te han hecho creer. Puede que estés deseando tirar la toalla, pero ¿sabes? Puede que estés a tan sólo un paso de empezar a ver resultados.
Ya no sabes qué es lo que está bien y lo que está mal. Es difícil, pero es comprensible. Desechar la importancia que le has confiado todo este tiempo a tu dolor te desorienta. El dolor crónico obliga a justificarse con los demás para no perder credibilidad ni autoestima. Dar siempre la impresión de estar en una lucha permanente para volver a tu mejor versión. Pero tú sientes que has fracasado. Has dedicado todo este tiempo de tu vida a medirte y evaluarte en relación a un único valor, la «intensidad del dolor», o lo que es lo mismo, «¿Cuánto me duele».
Ya van varios intentos fallidos. Seguramente ya hayas decidido darte la oportunidad de intentarlo. Cambiar tus prioridades, parámetros de referencia y la manera de comportarte en comparación a cómo lo hacías antes. Pero al poco tiempo, vuelves al mismo punto de partida. Vuelves a hacer presión en la zona donde refieres dolor y compruebas cuánto te duele o si esta vez, por fin, será la que no percibas dicha sensación desagradable. ¡Es muy frustrante e incómodo!
Resulta mucho más fácil apartar la mirada de la verdad y permanecer voluntariamente ciego.
Jordan Peterson.
Hay quienes no sufren tanto por el dolor en sí, sino por el significado que le otorgan. En palabras de Le Breton: «el dolor se construye por medio de la historia vital de la persona, mientras que ésta impone significados a su existencia» [1]. Es por ello que frecuentemente la intensidad del mismo se ve inalterada a pesar de disponer de un diagnóstico y abordaje terapéutico correcto. El sufrimiento no es la prolongación en el tiempo del dolor, sino que engloba todo lo que hace la persona con su dolor, sus actitudes, su resignación, su resistencia al cambio y sus recursos económicos, físicos y morales [1].
Somos más impresionables cuando peor nos van las cosas. En medio del caos, la realidad nos azota en la cara, y nuestros valores se ponen en jaque. Es por ello que la desesperanza nos lleva a tomar decisiones afectivas buscando el beneficio en el corto plazo que prolongarán el sufrimiento en el largo plazo.
Lo peor de todo es el rechazo, y no precisamente de las personas que más quieres; sino el que nos hacemos a nosotros mismos. Sin darte cuenta, has construido un muro inquebrantable que has mantenido todo este tiempo hasta que ha explotado en tu cara. Aunque es doloroso, todo este proceso es necesario. Si te das la oportunidad de buscar tu verdad, aunque sea dolorosa, podrás elegir cosas mucho más valiosas donde poner tu energía.
Si me permites, quiero contarte uno de los muchos aprendizajes que me ha dado el kárate. Hace unos meses me encontraba haciendo scrolling en instagram y acabé en el perfil de Dwayne Johnson, más conocido como: @therock. Este vídeo resonó muchísimo en mí debido a mis experiencias previas. Comencé a practicar kárate con tan sólo 5 años. Tenía mucho miedo, era muy inseguro de mi mismo y mi vida estaba plagada de monstruos que nadie más veía: «Qué tonto Álvaro, los monstruos no existen. ¡Crece de una vez!».
Me encanta todo lo que muestra este vídeo: «un momento que cambió la vida de este niño». Desde su primer intento hasta su último, se puede apreciar el amplio abanico de factores psicosociales que influyen en la experiencia. Su sensei @gianinibjjstallion nunca le dejó solo. Le acompañó en todo este proceso. Se aseguró que entendiese cada nueva indicación que le daba. De repente, todos sus compañeros del dojo de karate empezaron a gritarle y animarle.
Sí, todas estas cosas influyen, y mucho, en la experiencia del niño (apoyo, cariño, amor de su contexto…) Pero el verdadero «quid de la cuestión» es que la decisión de romper la tabla vino de él. Su coraje, su valentía y resiliencia le impulsaron para decir: «¡Basta ya!».
Decidió que ya había llegado el momento de dar un paso al frente y demostrar todo lo que sabía hacer y llevaba guardado tanto tiempo dentro de sí mismo. Este niño me ha emocionado. Me ha llevado a mi infancia. Me ha recordado como es posible hacer desaparecer de un plumazo a todos los monstruos invisibles para los demás. Al igual que sus compañeros y sensei, yo también estoy orgulloso de él.
En última instancia, todo se reduce a hacerlo o no hacerlo, y puede que no haya un «cómo».
Puedo ser tu sensei. Puedo ayudarte a identificar barreras y hacerlas menos estresantes para que tu contexto sea más favorable (en la medida de lo posible). Todo esto puede potenciarte hacia la consecución de tus objetivos, pero en última instancia: «¡La patada que rompa esa tabla la tienes que dar tú».
Qué tal si empezamos por salir del círculo vicioso que te encierra en tu dolor renunciando a la pregunta «¿Por qué a mí?» para dar respuesta a:
- ¿Qué más cosas hay en tu vida además de dolor?
Pretendemos encontrar esos momentos que definan nuestra vida restándole el valor a las pequeñas mejoras diarias. James Clear expone de manera brillante en su libro «Hábitos Atómicos» como solemos sobreestimar los momentos «todo o nada». Nos convencemos a nosotros mismos de que para obtener éxito en algo se requiere de una acción igual de relevante. Sin embargo, las pequeñas mejoras del 1% son hechos que apenas podemos percibir, pero a la larga pueden ser mucho más significativas [3].
Eres lo que haces, no aquello que dices que haces.
C. G. Jung
- Dejar de utilizar ascensores → Empezar a utilizar escaleras.
- Dejar de ir en coche al trabajo → Ir andando al trabajo.
- No tengo tiempo para [inserta aquello que quieras aquí] → Me comprometo a realizar todos los días tan sólo 2 min de [inserta aquello que hayas insertado anteriormente].
- Entrenar fuerza 2/sem con dolor 5/10 → Entrenar fuerza 4v/sem con dolor 5/10.
Todos tenemos días de mierda. Días en los que no queremos salir de la cama. Si a eso le añadimos un contexto y entorno desfavorable acompañado de incertidumbre, sufrimiento y dolor, todo se complica. Pero, si algo me han enseñado mis pacientes que han conseguido quitarse la etiqueta «dolor crónico» es que:
«En los días de mierda, todavía se pueden hacer muchas cosas pese a tener dolor. Cada día siempre tendrás una nueva oportunidad para implementar ese 1% respecto al día anterior».
.
*Comparte con alguien que esté pasando por un momento incertidumbre cargado de dolor y creas que puede serle de utilidad esta información.
.
Referencias:
[1] David Le Breton. Antropología del dolor. Barcelona. Seix Barral. (1999).
[2] Jordan B. Peterson. 12 reglas para vivir: Un antídoto al caos (2018).
[3] James Clear. Atomics Habits. (2018).