Historia de un caso real.
¿Por qué duele el dolor?
El dolor duele porque las verdades duelen. Algo para lo que no estas preparado escuchar, de primeras puede herirte. Puede dejarte desprovisto de coraza, de salvavidas. Pero a veces es necesario que te la quiten cuando tu ni si quiera te lo has planteado.
Existe algún momento en la vida que te cambia. Tambalea tu mundo sin la más mínima compasión ni piedad, sabiendo que es inútil que lo intentes porque no puedes hacer nada. Cuando sufres, el miedo y la desesperanza son tus únicos aliados. Esos sentimientos son los primeros en aparecer; una respuesta natural de lucha-huída que el ser humano posee desde los primeros hombres.
Antes, lo único por lo que una persona tenía que preocuparse era por sobrevivir y comer; con el paso del tiempo comenzó la protección de sus seres más allegados, cuando empezamos a convivir en comunidad. Vimos que era necesario esta interacción entre personas para hacer al individuo más fuerte. Una persona arropada por sus iguales es poseedor de seguridad y sobre todo de referencias. Hoy las tornas han cambiado. El tener cubiertas las necesidades básicas nos hace poner nuestro foco en personas, pensamientos o cosas que carecen de relevancia. Aunque claro, ya no tenemos que «correr para escapar», no podemos.
Nuestras reacciones son distintas antes situaciones comprometidas. Aquello que antes nos ayudaba a estar seguros, ahora se convierte en nuestro principal problema. La vida te pone, en muchas ocasiones en una tesitura muy complicada. Puede que no estés preparado para asumir una situación, puede que no quieras y no estés dispuesto a llevar en la mochila esa cadena que no te permite coger aliento y seguir adelante. De algún modo, puede que no estés dispuesto a recibir el nuevo rol que te ha tocado, porque no lo ves justo. Tu vida no era la mejor pero no necesitabas más; la estabilidad y la zona de seguridad era tu descanso más preciado. Cuando eso desaparece, ¿dónde está ese «sofá»?. No tienes donde sentarte ni donde dejar tu mente correr, libre de cualquier pensamiento que perturbe el estado presente por planteamientos futuros pero inminentes.
¡Tienes que asumir la responsabilidad de lo que pasa! Te dice una voz cercana en tu cabeza con nombre y apellidos, desgarradora y contundente. No tienes margen para decidir, no lo has elegido pero te ha tocado. Eres el mayor y ahora todos dependen de ti. Era tu referente, el que llevaba las riendas de todo. Cuando estaba, el resto permanecía controlado y en calma. Te decía cómo hacer las cosas, te enseñaba la diferencia de lo que era correcto y lo que no, te hacía valorar las pequeñas cosas y sobre todo abogaba por la realidad que había. Sigue siendo tu referente, el aprecio y el amor siguen vigentes, pero ya no está. El abandono es de los sentimientos más perturbadores y solitarios que existen; como no puede ser de otra forma, así te sientes. La soledad y el terror llevan a la frustración y se presenta la necesidad de culpar. Lo culpas por haberte dejado, porque todavía te quedaba mucho que aprender. Te has quedado solo antes de lo previsto.
La presión es incesante por parte de las personas a las que quieres y aprecias. Cada una aporta su miedo y su inseguridad ante lo que puede pasar de aquí en adelante. Recoges ese miedo y lo haces tuyo, lo que te condiciona para tomar tus propias decisiones. Ya no eres tu, eres tu familia y su existencia depende de ti. Tienes que seguir levantándote todas las mañanas pidiendo explicación del por qué. Salir a trabajar cada vez es más pesado cuando antes podías disfrutar de ello porque te lo habías ganado. Antes ibas a ver a tu Sevilla jugar un partido en el Sánchez Pizjuán, contabas los días para esa previa y ese post que te liberara de toda vida dura y complicada.
Quedar con amigos era tu ocio. Siempre has sido dicharachero y el primero en querer pasártelo bien. Te sentías bien con lo que eras y tenías, pero ahora no tienes tiempo para ello. Tu cabeza está ocupada en como cumplir con las expectativas que han depositado en ti y no queda tiempo para pensar que quieres. Es duro decirlo pero dejaste de ser tú mismo y pasaste a ser lo que querían otros.
Ya no te reconoces y no puedes soportar la privación de libertad. Te han ido arañando poco a poco la esencia que desprendías y ahora solo queda apatía, sumisión y desasosiego. La luz desaparece y no queda atisbo de ella, por lo que estás asumido en una realidad oscura; desesperanzadora y abrumadora que lleva a replantearte si puedes seguir soportando esto durante mucho más tiempo. A lo mejor no eres valiente pero tampoco te ha hecho falta ya que otro ya lo era por ti.
Estás al borde de un barranco y te toca decidir. Rumian pensamientos muy desagradables por la cabeza, incluso la muerte, pero antes necesitas huir. La evasión, al igual que hacían los primeros homínidos, es la primera opción. Aunque no puedes dejar todo atrás. ¿En qué nos refugiamos los hombres cuando no queremos saber nada del mundo de «mierda» en el que vivimos? El alcohol es de los escapes más frecuentados.
Cuidarse puede dar miedo, luchar y huir son respuestas.
Un refugio maldito. Un salvavidas parcheado el cual usamos cuando preferimos estar ausentes. Es la única forma de liberar la ira y el resentimiento que llevas por dentro. Lo conviertes en tu forma de vida, levantándote por las mañanas deseando dar un sorbo. Luego coges el taxi y empiezas a funcionar. Los problemas económicos se olvidan, las imposiciones entran por un oído y salen por otro, las preocupaciones se vuelven insignificantes y tu estado pasa a ser latente.
«Me he pasado días y días completamente ido, ni pensaba ni escuchaba. Me daba todo igual. La verdad es que era eso lo que quería.»
El alcohol a parte de ser un tóxico para los diferentes sistemas corporales, es un potente inhibidor de nuestro sistema nervioso central. La acción psico-fisiológica es fundamentalmente depresiva, por la reducción de la transmisión sináptica. Va generando alteraciones de la memoria y las funciones intelectuales, como la comprensión y el aprendizaje. En esta situación, tu cerebro lo entiende de la siguiente manera; «Tengo problemas. El alcohol me facilita la existencia, por lo tanto bebo. Me encuentro más relajado y calmado, esto me afecta de manera positiva en mi vida. Necesito beber para estar bien, y así sucede». Bloquea oxitocina, hormona de la confianza y participe en las relaciones sociales, y aumenta la dopamina, hormona que incluye papeles como el del comportamiento, cognición, motivación, recompensa, humor y aprendizaje.
Tu sistema de recompensa se encarga de modificar tus acciones y comportamientos hacía aquello que te genere placer. Este placer va precedido de algo que te motive y la motivación va encaminada hacia obtener una recompensa cada vez mayor.
El sistema de recompensa también influye sobre la memoria y el aprendizaje, ya que el individuo recuerda y repite las acciones que le generan placer, y evita aquellas que le producen una sensación desagradable. Véase el paralelismo con el dolor.
El sistema nervioso es aquel que nos alarma de peligros inminentes y reacciona ante una situación para priorizar la supervivencia. Sin él, eres débil y vulnerable. Te sientes como un trapo en el suelo de una sociedad que te arrastra poco a poco. El mundo no frena para ti, eres consciente de ello pero tienes que elegir. Sobreponerte o morir.
Las tres cicatrices por antebrazo ya me hizo entender cuál fue la opción elegida. No te juzgo, no soy nadie para darte lecciones de humildad, solo te pregunto cómo conseguiste salir de ese pozo sin fondo.
«Entre un amigo y un médico conseguí sobreponerme y querer seguir luchando.»
Un buen amigo me dijo: ¿De verdad «Pepito»? ¿En serio? ¿Con lo que tú has sido haces esto? ¿Merece la pena?
Un médico me dijo: ¿No quieres vivir? te doy una pastilla y en un par de días lo tienes.
Algo me hizo cambiar. No es lo mismo morirte que ser consciente de tomar la decisión de morir.»
Lo realmente complicado es elegir. El sufrimiento es diferente si te toca, si no has tenido nada que ver. No digo que sufras menos pero tu implicación es en tercera persona. Cuando tienes que decidir sobre algo conlleva una repercusión. Ahí es donde apremia nuestra valentía.
No todo es ver el lado malo de las cosas. Eres valiente porque estás aquí y estás entero que es lo importante. Necesitabas ayuda y la conseguiste. Te refugiaste en malos «compañeros» de viaje y elegiste opciones no acertadas, pero estás.
Después de tiempo trabajando y de dejarte ayudar para poder acercarte a la persona que eras antes de este paréntesis tan desagradable, solo puedes mejorar. Todo quedó atrás aunque muy presente y esos miedos te condicionan para todo lo que está por llegar.
Hoy estás aquí conmigo. Llevas tiempo preocupado y muy expectante de lo que sucede. No encuentras las causas de tu dolor porque no tiene sentido, no se asocia a ningún patrón. Masajes, plantillas, pastillas y nada. Te condiciona para andar, solo consigues 2 minutos de marcha cuando el gemelo se te sube. El dolor te frustra porque te impide volver a esa «normalidad». No puedes pasear y tampoco hacer ejercicio, por lo que vuelves a dejar de disfrutar.
Empiezas a perder cordura, vuelven las inseguridades y los miedos anteriores. Tienes preocupaciones importantes y una historia detrás. Recuperas sentimientos de culpa y desasosiego. La desesperación se encariña contigo. Vuelves a sentirte incapaz y parece que no puedes hacer nada por ello.
El dolor es así. Duele aunque parece que no hay nada en el gemelo, pero sí existe mucha «mierda» en otro sitio. Cuando consigues relacionar los determinantes que pueden llevar a la aparición o persistencia de un dolor, te das cuenta que lo que te preocupa no es para tanto. Sobre todo le das un sentido del que antes carecías y por fin, todo coincide.
Tienes una historia detrás que influye directamente en la intensidad y frecuencia del dolor.
A muchas personas se les sube el gemelo o les duele el pie, pero no todas tienen lo mismo que contar.
Valorar tu historia, ponerla sobre la mesa y ser comprendido por ello, cambia el significado que le das al dolor.